¿Bufón o
monarca?
La cuarentena ya había sido decretada y en el
preludio de lo que los más optimistas denominaban la gran oportunidad para
reflexionar, hacer una pausa, tomar un nuevo rumbo, redireccionar sus vidas, en fin una sinfonía idealista de aquellos que
permanecían aún ajenos a la debacle en que se disolvía el mundo de
una inmensa mayoría que con lavado de
manos frecuente y uso de tapabocas era poco probable que pudieran mitigar el hambre, cuando su único sustento y
el de sus familias dependía de la venta
de empanadas, café o aromáticas en una esquina cualquiera de las grandes
ciudades, del mercado persa de
innumerable cantidad de productos en el transporte masivo o de su despreciada vocación de saltimbanquis
en los semáforos de las ya desérticas avenidas; una alocución presidencial aseguraba que se
destinarían recursos para los más vulnerables, que se quedaran en casa que la
ayuda llegaría a sus hogares, que sólo se
debía tener un poco de paciencia.
Sorprendidos quedarían la mayoría
al ver la gran generosidad del gobierno nacional al otorgarles una ayuda que
reivindicara por completo el abandono gubernamental por más de cincuenta años. Atún de 19.000 pesos cada lata, arroz de 3500 la libra, sal de 2500 la libra. Que mal se había juzgado la labor social de aquellos
gobernantes que siempre habían estado del lado de la gente, que no se olvidaran
pues de las pechugas de pollo a $40.000
que se habían entregado en el Programa
de Alimentación Escolar hacía poco tiempo.
Cómo es posible que haya tanta marginalidad y desempleo con esas onerosas contribuciones
de un gobernante que se la había pasado
pensando en color naranja, bailando en “ñeñe
fiestas”, hablando del coronavirus como si fueran un adversario
futbolístico, creando expectativas falsas a diario por los canales nacionales,
porque la realidad era bien distinta y
con mensajes ambiguos, tan ambiguos que
ni siquiera a los más ignorantes e incautos lograría convencer. Mucha charla en televisión pero pocas
acciones contundentes que permitieran vislumbrar la imagen de un líder que estuviese realmente a cargo.
El bufón que dirigía aquel pintoresco país, con fiestas todo el
año, con esplendor macondiano, que además de una pandemia de un virus mortal, emparentado con una gripe, parecía que
padeciera de una verdadera virosis de
amnesia generalizada que hacía que todo hasta los más atroces hechos de
violencia se convirtieran en
tragicomedias porque a un criollo filósofo y estadista contemporáneo se le
había ocurrido afirmar que se trataba de la sociedad más feliz del mundo.
Felicidad en medio de la marginalidad, del
hambre, de la violencia e impunidad rampante dentro de una barbarie normalizada
en un país que se había acostumbrado tanto a la violencia que ya se le había vuelto
paisaje.
Esa exótica nación en la cual sus gobernantes, ministros, senadores y
otros servidores públicos ganaban
salarios exorbitantes, vendían su conciencia para comprar votos y se
mantenían afincados eternamente en el
poder, a costa de los recursos generados por los contribuyentes para programas
sociales, desarrollo de infraestructura, construcción de escuelas, programas de
desarrollo rural y lo más requerido por esos tiempos de pandemia; hospitales
e insumos hospitalarios que tantas vidas salvarían.
El país del
“Realismo Mágico”, donde como por
arte de magia de desviaban recursos, se
interceptaban comunicaciones de contradictores,
se simplificaban los números de víctimas en masacres, se minimizaba la
muerte de promotores y líderes sociales en diversas zonas del país, se hacían estadísticas de si las muertes eran producto de atracos, extorsiones, "cosquilleos" o simplemente porque el incauto había “dado papaya”, como si arrebatar una vida tuviese más o menos
importancia dependiendo de la experiencia y habilidad del perpetrador.
Lo que golpeaba
a ese exótico país por aquellos días y a muchos otros
países del mundo no era una
alegoría de la peste bubónica sino más bien una horrible peste “bufónica”
donde cada gobernante salía con su sórdido populismo olvidándose por completo de la verdadera razón por la que había sido elegido :“servir
abnegadamente”. Por el contrario
cada salida en público era peor que la anterior, dejando un gran interrogante: ¿Quién
era realmente el gobernante? ¿un
bufón o un monarca?
Pero quedaría la esperanza de que sería la historia en definitiva la que evidenciara los errores o aciertos de los involucrados: víctimas
o victimarios, condenados o verdugos, gobernantes o gobernados, en fin
sería la misma historia quien marcaría de múltiples formas sucesos, momentos y el
devenir de los años postreros. Y aquellos súbditos verían por siglos el maquiavélico juego del poder, de la
mezquina conveniencia y mendicidad de aquellos que guardarían silencio mientras recibieran las migajas de la opulenta mesa de los que
desde tiempos inmemorables habían hecho
del servicio público la apología a la marginalidad y del poder la antítesis de
la justicia.
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