jueves, 7 de mayo de 2020

¿BUFÓN O MONARCA?


¿Bufón o monarca?

La cuarentena ya había sido decretada y en el preludio de lo que los más optimistas denominaban la gran oportunidad para reflexionar, hacer una pausa, tomar un nuevo rumbo, redireccionar  sus vidas,  en fin una sinfonía idealista de aquellos que permanecían aún ajenos   a la debacle en que se disolvía el mundo de una inmensa mayoría  que con lavado de manos frecuente y uso de tapabocas era poco probable que pudieran  mitigar el hambre, cuando su único sustento y el de sus familias dependía  de la venta de empanadas, café o aromáticas en una esquina cualquiera de las grandes ciudades,  del mercado persa de innumerable cantidad de productos en el transporte masivo o  de su despreciada vocación de saltimbanquis en los semáforos de las ya desérticas avenidas; una alocución presidencial aseguraba que se destinarían recursos para los más vulnerables, que se quedaran en casa que la ayuda llegaría a sus hogares, que sólo se debía tener un poco de paciencia.  Sorprendidos  quedarían la mayoría al ver la gran generosidad del gobierno nacional al otorgarles una ayuda que reivindicara por completo el abandono gubernamental por más de cincuenta años.  Atún de 19.000 pesos cada lata, arroz  de 3500 la libra, sal de 2500 la libra. Que mal se había juzgado la labor social de aquellos gobernantes que siempre habían estado del lado de la gente, que no se olvidaran pues de  las pechugas de pollo a $40.000 que se habían  entregado en el Programa de Alimentación Escolar hacía poco tiempo.   Cómo es posible que haya tanta marginalidad  y desempleo con esas onerosas contribuciones de un gobernante que se la había  pasado pensando en color naranja, bailando en “ñeñe fiestas”, hablando del coronavirus como si fueran un adversario futbolístico, creando expectativas falsas a diario por los canales nacionales, porque la realidad era  bien distinta y con mensajes ambiguos,  tan ambiguos que ni siquiera a los más ignorantes e incautos lograría convencer.  Mucha charla en televisión pero pocas acciones contundentes que permitieran vislumbrar  la imagen de un líder que estuviese  realmente a cargo.

El bufón que dirigía  aquel pintoresco país, con fiestas todo el año,  con esplendor macondiano, que además de una pandemia de un virus mortal,  emparentado con una gripe, parecía que padeciera  de una verdadera virosis de amnesia generalizada que hacía que todo hasta los más atroces hechos de violencia se convirtieran  en tragicomedias porque a un criollo filósofo y estadista contemporáneo se le había ocurrido afirmar que se trataba de la sociedad más feliz del mundo.

Felicidad en medio de la marginalidad, del hambre, de la violencia e impunidad rampante dentro de una barbarie normalizada en un país que se había  acostumbrado  tanto a la violencia que ya se le había vuelto  paisaje.  Esa exótica nación en la cual sus gobernantes, ministros, senadores y otros servidores públicos ganaban  salarios exorbitantes, vendían su conciencia para comprar votos y se mantenían afincados  eternamente en el poder, a costa de los recursos generados por los contribuyentes para programas sociales, desarrollo de infraestructura, construcción de escuelas, programas de desarrollo rural y lo más requerido por esos tiempos  de pandemia;  hospitales  e insumos hospitalarios que tantas vidas salvarían.

El país del  “Realismo Mágico”,  donde como por arte de magia de desviaban  recursos, se interceptaban comunicaciones de contradictores,  se simplificaban los números de víctimas en masacres, se minimizaba la muerte de promotores y líderes sociales en diversas zonas del país, se hacían  estadísticas de si las muertes eran producto  de atracos, extorsiones, "cosquilleos"  o simplemente porque el incauto había   “dado papaya”,  como si  arrebatar una vida tuviese más o menos importancia dependiendo de la experiencia y habilidad del perpetrador.

Lo que golpeaba  a ese exótico  país por aquellos  días  y  a muchos otros  países del mundo no era   una alegoría de la peste bubónica sino más bien una horrible peste “bufónica”  donde cada gobernante salía  con su sórdido populismo olvidándose  por completo de  la verdadera razón por la que había sido  elegido :“servir abnegadamente”.  Por el contrario cada salida en público era  peor que  la anterior, dejando un gran interrogante: ¿Quién era realmente  el  gobernante? ¿un  bufón o un monarca?

Pero quedaría la esperanza de que sería  la historia en definitiva la que  evidenciara  los  errores o aciertos de los involucrados: víctimas o victimarios, condenados o verdugos, gobernantes o gobernados, en fin sería  la misma historia quien marcaría  de múltiples formas sucesos, momentos y el devenir  de los años postreros.  Y aquellos súbditos verían por siglos el  maquiavélico juego del poder,   de la mezquina conveniencia y mendicidad de aquellos que guardarían  silencio mientras recibieran  las migajas de la opulenta mesa de los que desde tiempos inmemorables habían  hecho del servicio público la apología a la marginalidad y del poder la antítesis de la justicia.

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