sábado, 18 de julio de 2020

RESURRECCIÓN




Gabriel despertó después de un largo y profundo sueño completamente solo,  como se había sentido en los últimos 2 años. Miró a su alrededor y un absoluto silencio callaba su voz. De pronto notó que seguía ahí, rodeado de la misma gente que lo había menospreciado durante años, de la que sólo había recibido burlas, críticas y  comentarios malintencionados, al igual que de  algunos de sus compañeros del colegio.

Mientras caminaba se cruzaban en su camino todos aquellos que empezaron jugando y terminaron haciendo de su vida la más sórdida y miserable experiencia existencial. Pero esta vez fue distinto, todos parecían ignorarlo, casi como si no estuviera ahí respirando el mismo aire de sus incansables verdugos. Por primera vez en su vida de colegio y como sumergido en el más patético síntoma del síndrome de Estocolmo, extrañó los insultos, empujones y demás abusos de los seis chicos de octavo, que esta vez lo miraban como si al final de cuentas hubiesen logrado entender la pesadilla que sufriera quien los tuviera  cerca. Continuó el  camino hacia su casa y por única vez en mucho tiempo fue feliz. Recorrió con paso lento pero seguro y tranquilo ese trayecto de regreso.

Caminaba confiado en que nadie lo seguía, sin embargo no lograba entender por qué ese cambio repentino, justo y necesario. Al aproximarse a su casa halló la puerta abierta y el revuelo de toda su familia le hizo pensar - “hoy no es mi cumpleaños”-, allí en medio de toda esa oleada de carreras y algunos gritos afanados empezó a notar que algo grave había sucedido.  Miró a Santiago, su mejor amigo quien en silencio lo miraba fijamente, sin pronunciar palabra.  Junto a él estaba su madre, que hablaba por celular con la voz entrecortada. Lo miró fijamente pero no le dijo ni una palabra. Siguió de largo y cerró la puerta tras de sí para después abandonar la casa.

Subieron todos al auto, él por fin pudo preguntar –mamá qué pasa- pero ella continuaba hablando por celular, mientras conducía. Santiago su amigo, iba en el puesto del copiloto, lo miraba con una profunda tristeza y lágrimas en sus ojos a través del espejo retrovisor; pero tampoco le decía algo en absoluto. Al llegar se dio cuenta de que estaban en el parque cercano al colegio.  Las puertas delanteras del auto se abrieron; su madre y su amigo Santiago salieron corriendo. Al mirar por la ventana vio al otro lado del parque el auto de su padre. La policía había puesto ya la cinta amarilla acordonando la zona e impidiendo el acceso. Gabriel también bajó del auto, preguntó a varios curiosos qué había ocurrido, pero ninguno respondía su interrogante. En ese momento Gabriel empezó a imaginar que todo aquel caos era provocado porque algo le había ocurrido a su padre. Al llegar al parque vio a su madre abrazar desconsolada a su amigo Santiago quien con cara de espanto continuaba en silencio mientras miraba a Gabriel. En ese momento su mejor amigo mirándolo fijamente le preguntó - ¿por qué lo has hecho? Miró a su alrededor y volvió a ver a todos sus compañeros del colegio que ahora si lo veían y con un gesto totalmente contrario del que habían expresado durante años por Gabriel, y por una razón que aún no lograba entender sintió como quienes se habían burlado de él durante años se ahogaban en  una honda pena;  mirándolos fijamente sintió como la  compasión, empatía y respeto podían brotar sinceramente de corazones que hasta el momento parecerían imposibles,  para encontrar asidero en aquellos que otrora sólo emanaban fuentes congeladas de amargura.

Lamentablemente al parecer era demasiado tarde, pues el dolor provocado había sido tan grande y profundo que sólo regresando el tiempo habría la oportunidad de evitar aquel hondo sufrimiento.

De repente Gabriel se vio de nuevo rodeado por todos aquellos que lo conocían incluyendo sus crueles compañeros, miró fijamente a sus padres, a su mejor amigo; Santiago,  y uno a uno a los ojos de aquellos que hasta el momento habían hecho de su vida un infierno. Ya no tenía miedo, por el contrario todo sería diferente,  en adelante ya no había por qué temer. Miró una vez más a todos los que estaban allí con él. Miró a sus padres y al girar se dio cuenta de que ya era demasiado tarde, que ya los lamentos y lágrimas poco ayudarían; en un instante toda su vida pasó frente a él, sus enemigos lo amaron, sus padres se reconciliaron y él se vio a sí mismo colgado por el cuello del cedro de la esquina noreste del parque cerca de su colegio.