Llegó como promesa de la antítesis del supuesto fenómeno de tendencias de izquierda que venía mostrándose riesgoso para la plutocracia que desde la colonia imperaba como legado de lo que conocemos erróneamente como mundo civilizado.
Se catapultó con la desinformación sobre
ideologías que terminó imitando. Se
dedicó a autoalabarse obligando a todo un país a verlo y escucharlo durante la
pandemia al mejor estilo de Kim
Jong – Un, Nicolás Maduro, Francisco Franco,
Adolfo Hitler, Augusto Pinochet y tantos otros modelos de gobiernos autócratas
que se apoyaron en la miseria para continuar con alianzas mafiosas, discursos
nacionalistas con los que justificaba masacres, abusos de autoridad y así crear
cortinas de humo para sus opositores.
Quien en campaña henchido de orgullo demostró
ser el único que sabía exactamente el número de calzado de su mentor, requisito
indispensable al parecer, para poder gobernar un país. Demostró un muy fluido
inglés para hablar de tú a tú con el tío Sam, pero una absoluta incapacidad
para escuchar los clamores en la lengua oficial del país que gobernaba.
Al parecer pasó demasiado tiempo en tierras
extranjeras, lo que lo desconectó por completo de la realidad del subdesarrollo
de la tierra en la que fue puesto por el capataz del Ubérrimo, y controlado cual
marioneta para evitar que sucediera lo mismo que su antecesor, quien para
lograr firmar un tratado de paz tuvo que emanciparse y demostrar que la guerra
frontal e indiscriminada además de costosa tanto en pérdidas humanas como en términos
económicos había sido un total fracaso.
Tal era el influjo de aquel emperador
titiritero a la sombra, que logró desmotivar a sus súbditos para que en una
cruel ironía decidieran votar por el NO
para poner fin a un absurdo conflicto que había normalizado a tal nivel la
violencia en los campos y ciudades que como en una nueva versión del mundo al
revés hubo que preguntar a la gente si quería o no vivir en paz.
Su gobierno fue absolutista, su gestión
torpe, sus decisiones de espaldas al país, su comunicación con el pueblo
demagógica además de incomprensible pues prefería hablar en inglés, y cuando
por fin se acordaba que estaba en Colombia usaba un idioma modificado con
palabras inventadas y verbos erróneamente conjugados.
La gran promesa de los poderosos de extrema
derecha, de los fascistas desbordados, de los paramilitares engavillados y de
los egos exacerbados colmó la paciencia del pueblo, perdió por completo el norte
y quedó absolutamente a la deriva pues era evidente que no tenía ni idea de cómo
gobernar y mucho menos de cómo acercarse a su pueblo.
Su indiferencia dejó a su pueblo sin
gobierno, la presión de los poderosos hizo que los policías se fueran en contra
de su propio pueblo, que el pueblo se levantara en contra de quienes decían defenderlos
e iniciara una barbarie causada por el fuego cruzado de un bando y del otro. Y
para evitar seguir siendo señalado y puesto contra la pared, decidió concederse
entrevistas a sí mismo, para continuar con la dinámica narcisista de toda su
estirpe: un terrateniente que se empeñaba en ver al país como un gran feudo,
una vicepresidente que consideraba que la clase popular eran una manada de
atenidos, un fiscal que se autoproclamaba como el segundo colombiano más
importante después del presidente; y
acostumbrado a decir su discurso desde un set
totalmente desconectado de su realidad, se vio obligado a acabar con su
programa ante la crisis, e inmerso en una encrucijada en la que todos le decían
qué hacer, como buena marioneta quedó al
margen halado por cada quien a conveniencia, inmóvil, absorto, aterrado
haciéndose la misma pregunta que se hacían 50 millones de colombianos; ¿y dónde está el presidente?