El dolor tiene múltiples facetas que suelen ser indescriptibles. Pero deja siempre la gran lección de cuan
frágiles e indefensos podemos llegar a ser o estar…
Al
verla, noté de inmediato que algo no estaba bien, que en su mirada
siempre llena de alegría había una profunda tristeza. Su rostro
desencajado como si desde adentro un
grito profundo quisiera salir, pero que al mismo tiempo era contenido por su
dolor y su absoluta convicción de que
merecía padecer tal angustia, desasosiego; como una sentencia autoinfringida por lo que ella misma horas después describiera
como la peor experiencia de toda su vida.
Todo empezó una semana antes cuando notó que su
periodo no llegaba, y como no era la primera vez que sucedía sólo pensó que
sería pasajero. Pero al ver que pasaban
los días y todo continuaba igual decidió
hacerse una prueba de embarazo.
El sólo pensar volver a ser madre la llenaba de ansiedad e
incertidumbre. Había sido madre muy
joven 22 años atrás, y el hecho de pasar por tal experiencia aunque su hijo, su
mayor orgullo era la muestra fehaciente de lo excelente madre que había sido, no la
entusiasmaba en verdad. La idea de estar de nuevo embarazada la
aterraba, no sería fácil volver a empezar.
Se comunicó con quien había
disfrutado de fines de semana
maravillosos retozando en sus brazos y sintiéndose viva, al borde del éxtasis. Dos años atrás el hombre con quien había compartido cinco
años de sueños, proyectos, charlas, caminatas y viajes, de
imprevisto echó por la borda todo aquello que ella consideraba el amor
de su vida. De la noche a la mañana se fue y nunca más volvió.
Era una mujer hermosa, atlética, divertida, con
la cual se podría hablar de casi cualquier cosa, sin el temor de ser juzgado o parecer
un imbécil. Pese al dolor de la partida
del hombre que amaba, siguió su vida con la meta de hacer de aquella
experiencia un buen espejo que en medio
del dolor y la tristeza le permitiese
crecer y darse cuenta de lo ingenuos que podemos llegar a ser los seres humanos
cuando le abrimos la puerta de nuestro corazón a personas que no desean remar
en la misma dirección en que llevamos nuestro barco.
Después de pensarlo durante varios días al fin
decidió llamar a quien por razones apenas obvias era corresponsable de lo que
una hora antes le confirmaron en un laboratorio; ya contaba con dos meses de gestación. El
hombre al otro lado de la línea con quien había llegado a un acuerdo de
disfrute sin compromiso, pues la madurez
de ambos no requería de leyes más allá de un encuentro ocasional que había sido
interrumpido por mucho tiempo cuando ella se había comprometido con quien luego
de cinco años la dejó en medio de un adiós sin explicaciones. El hombre que escuchó que sería padre, en un
silencio después de tartamudear que a sus cuarenta años no estaba preparado
para serlo y en una frase en la cual no titubeó ni por un segundo le dijo: ¡mire a ver que hace, porque yo no puedo!
Aquella frase sería la única prueba de su absoluta soledad y de lo
poco que había sido valorada y reconocida como una maravillosa mujer,
excepcional ser humano y abnegada madre, que cuando creyó estaba disfrutando
del mejor momento en su vida, se vio sola, absolutamente sola.
El fin de semana anterior su vida dio tantas
vueltas que era difícil para ella entender si habían pasado tres días o tres
años. Al notar su tristeza la miré pero lo único que me dijo fue: por favor no
me preguntes nada, a lo que respondí que estaba bien pero que no la dejaría
sola, que la acompañaría y le haría sentir que podía confiar en mí.
Al salir del trabajo y al ver que continuaba
tan abatida, le dije que fuéramos a mi
apartamento. Para nadie era un secreto
de la absoluta empatía que nos caracterizaba, podíamos pasar horas y horas
hablando de todo un poco y zigzagueábamos de un tema al otro, de aquí para
allá, de una anécdota a otro y como en una construcción cooperativa de un relato bien
contado y sin previo aviso dejábamos que fluyeran nuestras más triviales o
trascendentales reflexiones sin importar si habían pasado tres minutos, tres horas
o tres días sin conversar.
Ese día en particular estaba tan callada,
decaída, angustiada y evidenciaba que no había parado de llorar.
Cuando llegamos a mi casa le pregunté si deseaba tomar algo y ella de forma
repentina y con total seguridad respondió: Cianuro.
Mientras guardaba silencio y escuchaba sus
lamentos miles de conjeturas rondaban mi mente; ¿Qué pudo haber pasado para que
en un fin de semana se desmoronara, desdibujara y transformara la desbordante expresión de alegría en la
más patética expresión de dolor.
Durante largo rato ella trataba de explicarme lo que tanto la atormentaba, pero por alguna
razón no lograba ser clara y directa al respecto. Se le rasgaba la voz, por momentos lloraba
inconsolablemente, se ahogaba en un mar de lágrimas y repetía incansablemente
por qué, por qué, por qué….
Mi prudencia
e intento por siempre conservar la calma sólo se limitaba a escucharla y
decirle varias veces que aunque no me podía imaginar su dolor ni la razón que
lo causaba podía contar conmigo y que
iba a estar ahí para escucharla y apoyarla.
Repetía continuamente soy un ser horrible, un
monstruo, no merezco respirar, me siento una intrusa en este mundo que no
merece que yo esté en él….
Sólo hice una pregunta y fue suficiente para que
se desmoronara por completo; ¿Estuviste embarazada? Entre sollozos y lamentos me respondió que
si, pero que ahora su vida ya no
tenía sentido…
Ese fin de semana anterior, presa del pánico,
sin apoyo del que fuera el padre de su hijo, sin poder refugiarse en su
familia, que siempre le había reprochado
el hecho de no haber aceptado las constantes infidelidades del padre de su
primer hijo y que hubiese decidido hacer su vida y pensar en que merecía darle
un vuelco, dejando atrás años de escuchar que como mujer debía
someterse y asumir que simplemente era la vida que le había tocado.
Toda esa historia de machismo normalizado, que
de alguna forma se había ido convirtiendo en una constante en su vida; los hombres a los que había considerado su
complemento, la gran excusa para empoderarse y liberarse habían terminado de diferentes formas sometiéndola,
encarcelándola, usándola y dejándola a su suerte como si todos merecieran un
mejor destino menos ella. Esa inmensa soledad camuflada en momentos
desbordantes de alegría traducidos poco tiempo después en una profunda
incertidumbre, tristeza y desolación.
Toda esa avalancha de duelos no superados, ausencias inexplicables y desprecios
injustificados fueron la estocada definitiva que la dejaría con pocas opciones
y muchos temores.
Sola, sin respuestas, con temores, sin con
quien compartir su preocupación e incertidumbre, tomó la decisión que la tenía sumida en la más absoluta tristeza, rabia,
melancolía y nostalgia.
No podía
tener un hijo. ¿Qué sería de ese ser en medio de tantas dificultades y
tristeza, de tanto abandono, de la indiferencia de la que había sido víctima
sin darse cuenta por tantos años. Desesperada, sola, sin siquiera un amigo que
pudiera escuchar su angustia, una
familia que sería la última a la que consideraría contar su historia y con el peso de toda una
vida de reproches indirectos por acciones del pasado, se dirigió al único lugar
que sin juzgar, sin prejuicios morales y sin el estigma homicida, solucionaría su terrible angustia sin
preguntarle siquiera si era lo que realmente querría hacer.
Al llegar a aquella clínica, según lo relataba ella misma, parecía una central
de urgencias; nada clandestina, cientos de mujeres, algunas con algún familiar
o amigo, otras con sus parejas y otras como ella, solas. Después la charla con un médico
“hombre” que en absoluto habría sentido
la sensación de un embarazo y por supuesto luego de hacer un generoso pago de una cifra de seis
dígitos, cuando apenas había terminado de pagar un crédito de la que era
codeudora de su ex, y ahora de vuelta al círculo de giros interminables, de
donde había querido salir en varias ocasiones sin mucho éxito.
Un hombre con traje de médico hablándole
sobre los posibles impactos psicológicos, un hombre hablando de lo que vendría
después de la decisión que al día siguiente la tendría en un dolor tan profundo
que ni ella misma podía identificar el sitio exacto de su sensación; Un hombre opinando sobre el hecho de un procedimiento tan polémico y contradictorio. Un hombre orientando a una mujer sobre si realmente sería el paso que en medio
de su angustia, miedo y frustración debía dar.
Después de unos 15 minutos de charla y explicaciones sobre los posibles efectos
secundarios post aborto, porque como siempre sin importar qué se comercialice;
“El tiempo es dinero”; fue llevada a un quirófano donde según la
política de dicha clínica es prestarle la ayuda pensando
siempre en la salud mental, física y reproductiva de cada una de las mujeres
que consultan por su situación. Nunca
juzgaría a una mujer que decide practicarse un aborto, pero cuando la vi tan
afligida, triste, angustiada y vulnerable; culpándose por no haberse tomado más tiempo para
pensar sobre su decisión; si pensé que tal vez no había recibido la orientación
y acompañamiento de un profesional que fuera empático y no simplemente a un supuesto galeno
interesado más en que no se fugara un potencial cliente que en la posibilidad
de que recibiera toda la información desde múltiples perspectivas sobre lo que
vendría después de consumar esa transición tan corta entre ser una futura madre
y decidir acabar con aquella posibilidad.
Al verla tan triste desmoronada, en un
interminable llanto recordé las palabras que ella misma me había dicho tiempo
atrás hablando precisamente sobre la salud sexual y reproductiva en la cual
expresaba una visión de asumir que la vida está presente en lo más sencillo y a
veces invisible de cuanto nos rodea.
Sobre el aborto aquella vez le comenté, que independientemente de las
posibles razones que hubiera para pensar en realizarlo, debería ser una
decisión exclusivamente de la mujer, al
fin y al cabo es ella quien termina sometida, sacrificada, inmersa en una
interminable serie de oficios y obligaciones, mientras el semental continuaba con
su vida social y profesional. Ella
asintió con su cabeza, y agregó: "la doble moral nos tiene agobiados, mientras
en Marte a un trozo minúsculo del suelo se la pasan estudiándolo y defendiendo la
posibilidad de que tenga vida, cuando se trata del aborto múltiples debates tienen curso al respecto según convenga". En aquella frase me dejó claro que no estaba de acuerdo con aquella
práctica pero tambien que ese es un tema de profunda sensibilidad y que dicha discusión
debería darse por separado en cada circunstancia.
A pesar de su decisión, de su gran angustia y sentimiento de culpa,
nunca hice referencia a aquella charla, era evidente que todos hablamos desde lo que sentimos y
vivimos en un momento de nuestra vida, y no necesariamente por convicción
moral, política o religiosa.
Ahora ya no estaba tan segura; su vida se había
vuelto de cabeza y la sensación de un bienestar que estaba apenas vislumbrando
se había visto truncado e inmerso profundamente en un lamento de dolor y de muerte.
La abracé con tanta fuerza y le dije al oído:
no eres en absoluto una mala persona; eres un gran ser humano que debió tomar
una decisión; y aunque ahora la culpa la atormenta, y el deseo de devolver el
tiempo para cambiar aquella historia la asediaba constantemente, ya no
había nada que pudiera remediarlo.
Sólo un deseo desde lo más profundo de su
corazón de madre se conjugaba en una súplica que le permitiese expiar su culpa,
un silencio ensordecedor, un grito mudo, una ausencia llena de melancolía, que
le suplicaba al hijo que ya no estaba; entre sollozos: - “arráncame la vida”-
lo merezco por no haber salvado la tuya. Silencia mis sentidos, detén mi
corazón: “lo siento, perdón, te amo”.
Excelente relato, me sentí identificado en varios aspectos con la mujer, muy buena tu forma de escribir profe!
ResponderEliminarGracias.
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