sábado, 23 de mayo de 2020

ARRÁNCAME LA VIDA





El dolor tiene múltiples facetas que suelen ser indescriptibles. Pero deja siempre la gran lección de cuan frágiles e indefensos podemos llegar a ser o estar…


Al  verla, noté de inmediato que algo no estaba bien, que en su mirada siempre llena de alegría había una profunda tristeza. Su rostro desencajado  como si desde adentro un grito profundo quisiera salir, pero que al mismo tiempo era contenido por su dolor y su absoluta convicción  de que merecía padecer tal angustia, desasosiego; como una sentencia autoinfringida por lo  que ella misma horas después  describiera  como la peor experiencia de toda su vida.

Todo empezó una semana antes cuando notó que su periodo no llegaba,  y como no era la primera vez que sucedía sólo pensó que sería pasajero.   Pero al ver que pasaban los días y todo continuaba igual decidió  hacerse una prueba de embarazo.  El sólo pensar volver a ser madre la llenaba de ansiedad e incertidumbre.  Había sido madre muy joven 22 años atrás, y el hecho de pasar por tal experiencia aunque su hijo, su mayor orgullo era la muestra fehaciente de lo excelente madre que había sido,  no la  entusiasmaba en verdad.   La idea de estar de nuevo embarazada la aterraba, no sería fácil volver a empezar.  Se comunicó  con quien había disfrutado  de fines de semana maravillosos retozando en sus brazos y sintiéndose  viva, al borde del éxtasis.  Dos años atrás  el hombre con quien había compartido cinco años de sueños, proyectos, charlas, caminatas y viajes,  de  imprevisto echó por la borda todo aquello que ella consideraba el amor de su vida. De la noche a la mañana se fue y nunca más volvió.

Era una mujer hermosa, atlética, divertida, con la cual se podría hablar de casi cualquier cosa, sin el temor de ser juzgado o parecer un imbécil.  Pese al dolor de la partida del hombre que amaba, siguió su vida con la meta de hacer de aquella experiencia  un buen espejo que en medio del dolor y la tristeza  le permitiese crecer y darse cuenta de lo ingenuos que podemos llegar a ser los seres humanos cuando le abrimos la puerta de nuestro corazón a personas que no desean remar en la misma dirección en que llevamos nuestro barco.

Después de pensarlo durante varios días al fin decidió llamar a quien por razones apenas obvias era corresponsable de lo que una hora antes le confirmaron en un laboratorio;  ya contaba con dos meses de gestación. El hombre al otro lado de la línea con quien había llegado a un acuerdo de disfrute sin compromiso,  pues la madurez de ambos no requería de leyes más allá de un encuentro ocasional que había sido interrumpido por mucho tiempo cuando ella se había comprometido con quien luego de cinco años la dejó en medio de un adiós sin explicaciones.  El hombre que escuchó que sería padre, en un silencio después de tartamudear que a sus cuarenta años no estaba preparado para serlo y en una frase en la cual no titubeó ni por un segundo le  dijo:   ¡mire a ver que hace,  porque yo no puedo!
Aquella frase sería la  única prueba de su absoluta soledad y de lo poco que había sido valorada y reconocida como una maravillosa mujer, excepcional ser humano y abnegada madre, que cuando creyó estaba disfrutando del mejor momento en su vida, se vio sola, absolutamente sola.

El fin de semana anterior su vida dio tantas vueltas que era difícil para ella entender si habían pasado tres días o tres años. Al notar su tristeza la miré pero lo único que me dijo fue: por favor no me preguntes nada, a lo que respondí que estaba bien pero que no la dejaría sola, que la acompañaría y le haría sentir que podía confiar en mí.

Al salir del trabajo y al ver que continuaba tan abatida, le dije que   fuéramos a mi apartamento.  Para nadie era un secreto de la absoluta empatía que nos caracterizaba, podíamos pasar horas y horas hablando de todo un poco y zigzagueábamos de un tema al otro, de aquí para allá, de una  anécdota a  otro y como en una  construcción cooperativa de un relato bien contado y sin previo aviso dejábamos que fluyeran nuestras más triviales o trascendentales reflexiones sin importar si habían pasado tres minutos,  tres horas  o tres días  sin conversar.
Ese día en particular estaba tan callada, decaída, angustiada y evidenciaba que no había parado de llorar.

Cuando llegamos a mi casa  le pregunté si deseaba tomar algo y ella de forma repentina y con total seguridad respondió: Cianuro.

Mientras guardaba silencio y escuchaba sus lamentos miles de conjeturas rondaban mi mente; ¿Qué pudo haber pasado para que en un fin de semana se desmoronara, desdibujara y transformara la  desbordante expresión de alegría en la más   patética expresión de dolor.
Durante largo rato ella trataba de  explicarme  lo que tanto la atormentaba, pero por alguna razón no lograba ser clara y directa al respecto.  Se le rasgaba la voz, por momentos lloraba inconsolablemente, se ahogaba en un mar de lágrimas y repetía incansablemente por qué, por qué, por qué….

Mi prudencia  e intento por siempre conservar la calma sólo se limitaba a escucharla y decirle varias veces que aunque no me podía imaginar su dolor ni la razón que lo causaba  podía contar conmigo y que iba a estar ahí para escucharla y apoyarla.

Repetía continuamente soy un ser horrible, un monstruo, no merezco respirar, me siento una intrusa en este mundo que no merece que yo esté en él….
Sólo hice una pregunta y fue suficiente para que se desmoronara por completo; ¿Estuviste embarazada?  Entre sollozos y lamentos me respondió que si,  pero que ahora su vida ya no tenía sentido…

Ese fin de semana anterior, presa del pánico, sin apoyo del que fuera el padre de su hijo, sin poder refugiarse en su familia,  que siempre le había reprochado el hecho de no haber aceptado las constantes infidelidades del padre de su primer hijo y que hubiese decidido hacer su vida y pensar en que merecía darle un vuelco, dejando atrás años de escuchar que como mujer debía someterse y asumir que simplemente era la vida que le había tocado.

Toda esa historia de machismo normalizado, que de alguna forma se había ido convirtiendo en una constante en su vida;  los hombres a los que había considerado su complemento, la gran excusa para empoderarse y  liberarse habían terminado de  diferentes formas sometiéndola, encarcelándola, usándola y dejándola a su suerte como si todos merecieran un mejor destino menos ella. Esa inmensa soledad camuflada en momentos desbordantes     de alegría traducidos  poco tiempo después en una profunda incertidumbre, tristeza y desolación.

Toda esa avalancha de duelos no superados,  ausencias inexplicables y desprecios injustificados fueron la estocada definitiva que la dejaría con pocas opciones y muchos temores.

Sola, sin respuestas, con temores, sin con quien compartir su preocupación e incertidumbre, tomó la decisión que la tenía  sumida en la más absoluta tristeza, rabia, melancolía y nostalgia.

No  podía tener un hijo. ¿Qué sería de ese ser en medio de tantas dificultades y tristeza, de tanto abandono, de la indiferencia de la que había sido víctima sin darse cuenta por tantos años. Desesperada, sola, sin siquiera un amigo que pudiera escuchar su  angustia, una familia que sería la última a la que  consideraría contar su historia y con el peso de toda una vida de reproches indirectos por acciones del pasado, se dirigió al único lugar que sin juzgar, sin prejuicios morales y sin el estigma homicida, solucionaría su terrible angustia sin preguntarle siquiera si era lo que realmente querría hacer.

Al llegar a aquella clínica,  según lo relataba ella misma, parecía una central de urgencias; nada clandestina, cientos de mujeres, algunas con algún familiar o amigo, otras con sus parejas y otras como ella,  solas. Después la charla con un médico “hombre” que en absoluto habría  sentido la sensación de un embarazo y por supuesto luego  de hacer un generoso pago de una cifra de seis dígitos, cuando apenas había terminado de pagar un crédito de la que era codeudora de su ex, y ahora de vuelta al círculo de giros interminables, de donde había querido salir en varias ocasiones sin mucho éxito.

Un hombre con  traje de médico hablándole sobre los posibles impactos psicológicos, un hombre hablando de lo que vendría después de la decisión que al día siguiente la tendría en un dolor tan profundo que ni ella misma podía identificar el sitio exacto de su sensación;  Un hombre opinando sobre el hecho de un  procedimiento tan polémico y contradictorio. Un hombre orientando a una mujer sobre si realmente sería el paso que en medio de su angustia, miedo y frustración debía dar.

Después de unos 15 minutos de charla  y explicaciones sobre los posibles efectos secundarios post aborto, porque como siempre sin importar qué se comercialice; “El tiempo es dinero”;    fue llevada a un quirófano donde según la política de dicha clínica es prestarle  la ayuda pensando siempre en la salud mental, física y reproductiva de cada una de las mujeres que consultan por su situación.  Nunca juzgaría a una mujer que decide practicarse un aborto, pero cuando la vi tan afligida, triste, angustiada y vulnerable; culpándose por no haberse tomado más tiempo para pensar sobre su decisión; si pensé que tal vez no había recibido la orientación y acompañamiento de un profesional que fuera empático y  no simplemente a un supuesto galeno interesado más en que no se fugara un potencial cliente que en la posibilidad de que recibiera toda la información desde múltiples perspectivas sobre lo que vendría después de consumar esa transición tan corta entre ser una futura madre y decidir acabar con aquella posibilidad.

Al verla tan triste desmoronada, en un interminable llanto recordé las palabras que ella misma me había dicho tiempo atrás hablando precisamente sobre la salud sexual y reproductiva en la cual expresaba una visión de asumir que la vida está presente en lo más sencillo y a veces invisible de cuanto nos rodea.   Sobre el aborto aquella vez le comenté, que independientemente de las posibles razones que hubiera para pensar en realizarlo, debería ser una decisión  exclusivamente de la mujer, al fin y al cabo es ella quien termina sometida, sacrificada, inmersa en una interminable serie de oficios y obligaciones, mientras el semental continuaba con su vida social y profesional.   Ella asintió con su cabeza, y agregó: "la doble moral nos tiene agobiados, mientras en Marte a  un trozo minúsculo del suelo se la pasan estudiándolo y defendiendo la posibilidad de que tenga vida, cuando se trata del aborto múltiples debates tienen curso al respecto según convenga".  En aquella frase me dejó claro que no estaba de acuerdo con aquella práctica pero tambien que ese es un tema de profunda sensibilidad y que dicha discusión debería darse por separado en cada circunstancia.

A pesar de su decisión,  de su gran angustia y sentimiento de culpa, nunca  hice referencia a  aquella charla, era evidente  que todos hablamos desde lo que sentimos y vivimos en un momento de nuestra vida, y no necesariamente por convicción moral, política o religiosa.

Ahora ya no estaba tan segura; su vida se había vuelto de cabeza y la sensación de un bienestar que estaba apenas vislumbrando se había visto truncado e inmerso  profundamente en un lamento de dolor y de muerte.

La abracé con tanta fuerza y le dije al oído: no eres en absoluto una mala persona; eres un gran ser humano que debió tomar una decisión; y aunque ahora la culpa la atormenta, y el deseo de devolver el tiempo para cambiar aquella historia la asediaba constantemente,  ya no había nada que pudiera remediarlo.

Sólo un deseo desde lo más profundo de su corazón de madre se conjugaba en una súplica que le permitiese expiar su culpa, un silencio ensordecedor, un grito mudo, una ausencia llena de melancolía, que le suplicaba al hijo que ya no estaba; entre sollozos: - “arráncame la vida”- lo merezco por no haber salvado la tuya. Silencia mis sentidos, detén mi corazón: “lo siento, perdón, te amo”.

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