lunes, 25 de octubre de 2021

Estamos hechos de lo mismo...

 


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“ESTAMOS HECHOS DE LOS MISMO”

En su capítulo III    la obra El Mercader de Venecia expresa lo siguiente                 

 "¡Alimentará mi venganza!"

Me ha deshonrado y estorbado medio millón; se ha reído de mis pérdidas, se burló de mis logros, despreció a mi nación, frustró mis negocios, enfrió a mis amigos, calentó a mis enemigos; ¿y cuál es su razón?  soy judío. ¿No tiene ojos un judío? ¿No tiene un judío manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿alimentado con la misma comida, herido con las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos remedios, calentado y refrescado por el mismo invierno y verano, como un cristiano? Si nos pinchas, ¿no sangramos? ¿Si nos hacéis cosquillas, no nos reímos? si nos envenenáis, ¿no moriremos? y si nos injurias, ¿no nos vengaremos? Si somos como tú en el resto, nos pareceremos a ti en eso. Si un judío ofende a un cristiano, ¿cuál es su humildad? Venganza. Si un cristiano injuria a un judío, ¿cuál debería ser su tolerancia con el ejemplo cristiano? Venganza. La vileza que me enseñes, la ejecutaré y será difícil, pero mejoraré la instrucción. (Shakespeare, 1600)

Los estereotipos, los prejuicios, la ambición, el deseo de poseer lo de los otros, el abandono, la marginalidad y la exclusión han llevado al ser humano a estar poniendo sus deseos y caprichos por encima de los sueños y necesidades de los otros. Esa incapacidad de vernos reflejados en los demás, de tratar de comprender aquello que el otro está pensando y sintiendo nos ha puesto en una averiada balanza que siempre queremos se incline hacia nuestro lado.

La interminable demanda por obtener privilegios pasando por encima de los otros ha abierto heridas tan profundas que ha sido prácticamente imposible sanar. El judío Shylock un  ejemplo de tantos   que históricamente  han sido a lo largo de la historia de la humanidad, segregados, humillados, encasillados en "ghettos".  Excluidos, sometidos por los dogmatismos que han construido barreras cada vez más altas cimentadas en el imaginario de la diferencia de tipo sociocultural, económica, de tono de piel, de identidad sexual y de género, de etnia, de filiación política entre tantas otras formas de discriminación.

¿De qué sirve que se hable de inclusión cuando se aparta a quien tiene una dificultad cognitiva o una limitación física?

¿De qué sirve que se promueva a Colombia como un país diverso, cuando se recriminan las expresiones de afecto entre parejas del mismo sexo, pero se normaliza la violencia sistemática  de hombres en contra de las mujeres con la más terrorífica sentencia “Eso les pasa por no mantener su lugar”? yo pregunto y ¿Cuál debería ser su lugar?

¿De qué sirve hablar de la necesidad de alfabetizar en torno a lo intercultural, si los territorios de las minorías aún están en la esclavitud, pues no tienen acceso a servicios públicos de primera necesidad como agua potable y educación y sus recursos son explotados al margen del desarrollo de las mismas comunidades?

En pleno siglo XXI seguimos en condiciones de hace siglos,  y lo más grave es que los afectados se acostumbraron y los victimarios se acomodaron para siempre estar fungiendo de verdugos.

El mestizaje, a pesar de haber hecho un gran aporte en contra de la discriminación racial, generó otras formas de aprecios y desprecios; la marginalidad, la desigualdad y la injusticia todavía dominan el panorama de nuestros pueblos; y, aunque se han hecho varios esfuerzos por parte de los gobiernos para dictar leyes que favorezcan, sobre todo, a aquellos grupos deprimidos, vulnerables o en serio peligro de desaparición, estos no han sido suficientes. Arbeláez (2015)

Tanto el judío que reclama justicia en la obra de Shakespeare, como el cristiano que había replicado el ejemplo de sus antecesores, como el español que llegó al nuevo continente con el imaginario de tener el derecho a poseerlo por haberlo visto primero, al igual que el criollo que se olvidó de sus ancestros para asumir el refinamiento del colonizador y el indígena que fue arrinconado hasta ser extinto. Así mismo el gobernante que usa su posición para acceder a privilegios a costa de la marginalidad y la explotación de otros, todos absolutamente todos estamos hechos de lo mismo.

La nueva España se impuso en todo su esplendor con sus valores y disvalores. Se fundó una nueva sociedad cimentada en una escala de aprecios y desprecios cuya cúspide estaba conformada por los españoles nacidos en España, seguida por los criollos, que eran los hijos de españoles nacidos en América; los comerciantes, terratenientes y aventureros, que obtenían sus títulos con dineros de origen dudoso; los mestizos mulatos, los indígenas evangelizados y manumisos (libres); y, por último, los indios. Arbeláez (2015)

Esa especie de alianza que, aunque desigual ha constituido una nación diversa, y adaptable a todo tipo de circunstancias en favor de los intereses de dominación por parte de unos y de supervivencia por parte de otros. Dicho modelo que se ha ido replicando a lo largo de la historia hasta convertir a nuestros países en sociedades marginadas, explotadas, abandonadas y sin ejercicio de justicia,

No se puede cambiar la historia; que con aciertos, arbitrariedades y graves errores hace parte de lo que como pueblo y cultura somos.  Pero ello no significa que tengamos que asumirla como un norte. Podemos y tenemos un deber moral de deconstruir todo aquello que represente la barbarie, abolición y dominación para iniciar con reflexiones críticas encaminadas a construir una sociedad incluyente, que reconozca la diversidad y cimente un suelo fértil hacia un territorio intercultural en el cual todos y cada uno sea visibilizado, sea reconocido y respetado. 

Debe ser la escuela el gran escenario de promoción y experiencia intercultural, abonando el terreno desde lo ético, lo social, lo filosófico y lo comunicacional para cimentar líneas solidas de reconocimiento, reciprocidad, empatía y respeto hacia lo otro y los otros, en donde las posibles barreras sean abordadas teniendo en cuenta las miradas de todos y conjuntamente crear espacio de convivencia y crecimiento individual y colectivo, tal como lo afirma Bertil Malmberg (1979), la “semicomprensión” es peor que la incomprensión absoluta. Por ello la importancia de resaltar el valor de la diferencia, no para enguetizar y excluir, sino para encontrar mecanismos alternos que favorezcan la comprensión del otro, que surgen de la buena voluntad y el respeto hacia el otro.4 

Es necesario implementar una dinámica intercultural más allá de la simple reparación de errores del pasado, se debe partir de la necesidad y pertinencia de vivir en armonía de ir más allá de uniformización que ha hecho de la escuela un territorio que divide, segrega e infunde prejuicios. Se debe convertir esa realidad hacia una escuela que transforme, reconozca, reivindique y empodere a cada miembro desde lo individual hacia lo colectivo,  encaminado en la construcción de un mundo democrático, libre y que reconozca al otro.  Un mundo que entienda que sin importar nuestras particularidades,  todos, absolutamente todos estamos hechos de lo mismo.