lunes, 21 de septiembre de 2020

Iván en el país de las maravillas


En un pintoresco territorio de la esquina noroeste de Sudamérica vivía un hombrecito miembro de una aristocrática familia, que  se mantuvo activamente en la élite formando parte desde pequeño de galas y banquetes de la clase política dirigente de su país,  Lo que al parecer le impidió ser consciente de la realidad que lo rodeaba  haciendo de este un ser con ansias de poder, con delirios de realeza pues sus títulos eran Duque y además marqués (Márquez).

Intempestivamente después de estar durante mucho tiempo lejos de ese territorio, participando en fiestas reales  en el feudo del tío Sam,  Volvió a su tierra que lo vio nacer pero que poco o nada conocía. De regreso a su tercermundista latifundio quiso continuar con sus ínfulas capitalistas y de realeza europea, convencido de que podría seguir tomando té con todo su séquito al servicio de la oligarquía,  recibiendo apoyo de los grandes industriales y mafiosos, convirtiéndose en títere del gran rey feudal de corazones grandes y manos firmes (evidentes en las autodefensas paramilitares y su inflexible absolutismo)  que después de gobernar durante 8 años se mantuvo en el poder de forma autócrata y desmedida  adoctrinando al futuro duque,   lo que convirtió  en poco tiempo a este visionario mercader de ideas naranja en su marioneta  para perpetuarse en el poder.

Con un discurso bien aprendido y repetido casi que de forma idéntica a su mentor y emulando  su estrategia de ordenar cortar cabezas a opositores en cargos públicos, medios de comunicación, líderes sociales y a cualquier intento de cuestionar sus acciones, o mejor  visibilizar su inoperancia, este solipsista y bisoño personaje con perfil histriónico, logró convencer a los súbditos del rey que mantendría la seguridad democrática de aquel pintoresco reino.  Logró convencer al pueblo que sería el fin del autoritarismo, pero tan pronto se proclamó Rey, o mejor como duque, hizo trizas los pactos de paz, emprendió una campaña de retoma a sangre y fuego de las  políticas fascistas de su mentor, y  mientras su reino se inundaba de sangre él continuaba tomando el té como estaba acostumbrado pues la "aguapanela" le era ajena y hablaba de su país como una sociedad nórdica permaneciendo inmóvil y celebrando la misma reunión como un tétrico deja vu hablando sobre lo eficiente y oportuno que había sido su reinado durante la gran peste que azotó  a su pueblo.

Confinó a la gente en sus casas durante cinco meses para evitar el contagio,  mientras él entregaba su feudo a la debacle de la corrupción, el exceso de fuerza y  matanzas en todo el territorio perpetradas por diversos actores del conflicto en contra de  líderes sociales, campesinos, maestros, estudiantes  y cualquier ciudadano que osara cuestionar o denunciar la barbarie que se gestaba con la indiferencia y beneplácito del  monarca.

Cualquier abuso u operativo en que se vieran involucrados civiles de inmediato era  justificado  en la llamada recuperación de la seguridad,  y las masacres eran minimizadas con el eufemismo de homicidio colectivo, en un macabro juego de palabras y acciones que inculpaban a las poblaciones acorraladas en el conflicto como auxiliadores de un bando o el otro, dejando a dichos pobladores a su suerte, mientras el duque se pavoneaba argumentando que todo era resultado de un proceso de reconciliación fallido, y el machacado y retrógrado discurso nacionalista pondría de nuevo a  aquella ensangrentada y dolida comarca en el escenario de una eterna guerra, evidenciando el profundo daño que provocó  a este particular personaje haber hecho carrera política en el primer mundo para regresar a gobernar un feudo tercermundista.

Sus ínfulas de aristócrata eran evidentes en encuentros casuales con mandatarios y reyes que luego explicaba a los medios de comunicación como cumbres y charlas concertadas de escasos cinco minutos y entre  ser títere del rey de corazones y  mandadero del imperio yanqui se le fueron los 4 años de ilusas contemplaciones de un país desangrado, entregado a la miseria, al abandono y la ingobernabilidad.

Marchas, protestas, movilizaciones populares, masacres, represión gubernamental, prestamos a empresas privadas propiedad de grandes grupos económicos, abandono a pequeños emprendimientos, sonrisas y abrazos hipócritas, discursos anacrónicos hacían del duque Iván un bizarro y ridículo  bufón que vivía en otro tiempo, en otra comarca, en otra realidad, en el ideal sólo posible en su limitado mundo compartiendo con los poderosos sus ínfulas de oligarca y bebiendo el té de la guerra cada tarde con su rey de corazones que continuaría ordenando decapitaciones a detractores, para celebrar eternamente su absolutismo y tiranía  en el  país de las maravillas. 

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