En un pintoresco
territorio de la esquina noroeste de Sudamérica vivía un hombrecito miembro de
una aristocrática familia, que se
mantuvo activamente en la élite formando parte desde pequeño de galas y
banquetes de la clase política dirigente de su país, Lo que al parecer le impidió ser consciente de
la realidad que lo rodeaba haciendo de
este un ser con ansias de poder, con delirios de realeza pues sus títulos eran
Duque y además marqués (Márquez).
Intempestivamente
después de estar durante mucho tiempo lejos de ese territorio, participando en
fiestas reales en el feudo del tío
Sam, Volvió a su tierra que lo vio nacer
pero que poco o nada conocía. De regreso a su tercermundista latifundio quiso
continuar con sus ínfulas capitalistas y de realeza europea, convencido de que
podría seguir tomando té con todo su séquito al servicio de la oligarquía, recibiendo apoyo de los grandes industriales y
mafiosos, convirtiéndose en títere del gran rey feudal de corazones grandes y
manos firmes (evidentes en las autodefensas paramilitares y su inflexible
absolutismo) que después de gobernar
durante 8 años se mantuvo en el poder de forma autócrata y desmedida adoctrinando al futuro duque, lo que convirtió en poco tiempo a este visionario mercader de
ideas naranja en su marioneta para
perpetuarse en el poder.
Con un discurso bien
aprendido y repetido casi que de forma idéntica a su mentor y emulando su estrategia de ordenar cortar cabezas a
opositores en cargos públicos, medios de comunicación, líderes sociales y a
cualquier intento de cuestionar sus acciones, o mejor visibilizar su inoperancia, este solipsista y bisoño personaje con perfil histriónico, logró
convencer a los súbditos del rey que mantendría la seguridad democrática de
aquel pintoresco reino. Logró convencer
al pueblo que sería el fin del autoritarismo, pero tan pronto se proclamó Rey,
o mejor como duque, hizo trizas los pactos de paz, emprendió una campaña de
retoma a sangre y fuego de las políticas
fascistas de su mentor, y mientras su
reino se inundaba de sangre él continuaba tomando el té como estaba
acostumbrado pues la "aguapanela" le
era ajena y hablaba de su país como una sociedad nórdica permaneciendo inmóvil
y celebrando la misma reunión como un tétrico deja vu hablando sobre lo eficiente y oportuno que había sido su
reinado durante la gran peste que azotó a su pueblo.
Confinó a la gente en
sus casas durante cinco meses para evitar el contagio, mientras él entregaba su feudo a la debacle de
la corrupción, el exceso de fuerza y
matanzas en todo el territorio perpetradas por diversos actores del
conflicto en contra de líderes sociales,
campesinos, maestros, estudiantes y cualquier
ciudadano que osara cuestionar o denunciar la barbarie que se gestaba con la
indiferencia y beneplácito del monarca.
Cualquier abuso u
operativo en que se vieran involucrados civiles de inmediato era justificado en la llamada recuperación de la seguridad, y las masacres eran minimizadas con el
eufemismo de homicidio colectivo, en un macabro juego de palabras y acciones
que inculpaban a las poblaciones acorraladas en el conflicto como auxiliadores
de un bando o el otro, dejando a dichos pobladores a su suerte, mientras el
duque se pavoneaba argumentando que todo era resultado de un proceso de
reconciliación fallido, y el machacado y retrógrado discurso nacionalista
pondría de nuevo a aquella ensangrentada
y dolida comarca en el escenario de una eterna guerra, evidenciando el profundo
daño que provocó a este particular
personaje haber hecho carrera política en el primer mundo para regresar a
gobernar un feudo tercermundista.
Sus ínfulas de
aristócrata eran evidentes en encuentros casuales con mandatarios y reyes que
luego explicaba a los medios de comunicación como cumbres y charlas concertadas
de escasos cinco minutos y entre ser
títere del rey de corazones y mandadero
del imperio yanqui se le fueron los 4 años de ilusas contemplaciones de un país
desangrado, entregado a la miseria, al abandono y la ingobernabilidad.
Marchas, protestas,
movilizaciones populares, masacres, represión gubernamental, prestamos a
empresas privadas propiedad de grandes grupos económicos, abandono a pequeños
emprendimientos, sonrisas y abrazos hipócritas, discursos anacrónicos hacían
del duque Iván un bizarro y ridículo
bufón que vivía en otro tiempo, en otra comarca, en otra realidad, en el
ideal sólo posible en su limitado mundo compartiendo con los poderosos sus
ínfulas de oligarca y bebiendo el té de la guerra cada tarde con su rey de
corazones que continuaría ordenando decapitaciones a detractores, para celebrar
eternamente su absolutismo y tiranía en
el país de las maravillas.
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