Gabriel
despertó después de un largo y profundo sueño completamente solo, como se había sentido en los últimos 2 años.
Miró a su alrededor y un absoluto silencio callaba su voz. De pronto notó que
seguía ahí, rodeado de la misma gente que lo había menospreciado durante años,
de la que sólo había recibido burlas, críticas y comentarios malintencionados, al igual que
de algunos de sus compañeros del
colegio.
Mientras
caminaba se cruzaban en su camino todos aquellos que empezaron jugando y
terminaron haciendo de su vida la más sórdida y miserable experiencia
existencial. Pero esta vez fue distinto, todos parecían ignorarlo, casi como si
no estuviera ahí respirando el mismo aire de sus incansables verdugos. Por
primera vez en su vida de colegio y como sumergido en el más patético síntoma
del síndrome de Estocolmo, extrañó los insultos, empujones y demás abusos de
los seis chicos de octavo, que esta vez lo miraban como si al final de cuentas
hubiesen logrado entender la pesadilla que sufriera quien los tuviera cerca. Continuó el camino hacia su casa y por única vez en mucho
tiempo fue feliz. Recorrió con paso lento pero seguro y tranquilo ese trayecto
de regreso.
Caminaba
confiado en que nadie lo seguía, sin embargo no lograba entender por qué ese
cambio repentino, justo y necesario. Al aproximarse a su casa halló la puerta
abierta y el revuelo de toda su familia le hizo pensar - “hoy no es mi
cumpleaños”-, allí en medio de toda esa oleada de carreras y algunos gritos
afanados empezó a notar que algo grave había sucedido. Miró a Santiago, su mejor amigo quien en
silencio lo miraba fijamente, sin pronunciar palabra. Junto a él estaba su madre, que hablaba por
celular con la voz entrecortada. Lo miró fijamente pero no le dijo ni una
palabra. Siguió de largo y cerró la puerta tras de sí para después abandonar la
casa.
Subieron todos
al auto, él por fin pudo preguntar –mamá qué pasa- pero ella continuaba
hablando por celular, mientras conducía. Santiago su amigo, iba en el puesto
del copiloto, lo miraba con una profunda tristeza y lágrimas en sus ojos a
través del espejo retrovisor; pero tampoco le decía algo en absoluto. Al llegar
se dio cuenta de que estaban en el parque cercano al colegio. Las puertas delanteras del auto se
abrieron; su madre y su amigo Santiago salieron corriendo. Al mirar por la
ventana vio al otro lado del parque el auto de su padre. La policía había
puesto ya la cinta amarilla acordonando la zona e impidiendo el acceso. Gabriel
también bajó del auto, preguntó a varios curiosos qué había ocurrido, pero
ninguno respondía su interrogante. En ese momento Gabriel empezó a imaginar que
todo aquel caos era provocado porque algo le había ocurrido a su padre. Al
llegar al parque vio a su madre abrazar desconsolada a su amigo Santiago quien
con cara de espanto continuaba en silencio mientras miraba a Gabriel. En ese
momento su mejor amigo mirándolo fijamente le preguntó - ¿por qué lo has hecho?
Miró a su alrededor y volvió a ver a todos sus compañeros del colegio que ahora
si lo veían y con un gesto totalmente contrario del que habían expresado
durante años por Gabriel, y por una razón que aún no lograba entender sintió
como quienes se habían burlado de él durante años se ahogaban en una honda pena; mirándolos fijamente sintió como la compasión, empatía y respeto podían brotar
sinceramente de corazones que hasta el momento parecerían imposibles, para encontrar asidero en aquellos que otrora
sólo emanaban fuentes congeladas de amargura.
Lamentablemente
al parecer era demasiado tarde, pues el dolor provocado había sido tan grande y
profundo que sólo regresando el tiempo habría la oportunidad de evitar aquel
hondo sufrimiento.
De repente
Gabriel se vio de nuevo rodeado por todos aquellos que lo conocían incluyendo
sus crueles compañeros, miró fijamente a sus padres, a su mejor amigo;
Santiago, y uno a uno a los ojos de
aquellos que hasta el momento habían hecho de su vida un infierno. Ya no tenía
miedo, por el contrario todo sería diferente,
en adelante ya no había por qué temer. Miró una vez más a todos los que
estaban allí con él. Miró a sus padres y al girar se dio cuenta de que ya era
demasiado tarde, que ya los lamentos y lágrimas poco ayudarían; en un instante
toda su vida pasó frente a él, sus enemigos lo amaron, sus padres se
reconciliaron y él se vio a sí mismo colgado por el cuello del cedro de la
esquina noreste del parque cerca de su colegio.
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