sábado, 18 de abril de 2020

Una iglesia ausente en medio de la incertidumbre..


Una iglesia ausente en medio de la incertidumbre…

Por Diego Ospina Castaño
abril 9 de 2020

Durante siglos las congregaciones religiosas, en especial la católica, difundieron una fe enfocada en la majestuosidad de sus edificios, en la compraventa del mensaje de Jesús y de la horripilante amenaza de recibir el más brutal castigo infringido por Dios a través de los hombres que habían sido ungidos para tal misión, y a quienes se les debía total obediencia, sumisión y admiración porque habían dedicado su vida, negándose a los placeres mundanos para mostrar a sus fieles el camino al cielo.  Un oscurantismo justificado en la premisa que sostenía sus bondades blandiendo la biblia en una mano y un látigo en la otra.

La gran fábrica de alabanzas y vendedora de bendiciones se dedicó a cobrar tributos a cambio de favores celestiales con la promesa de la vida eterna. Jesús de Nazaret  quien predicó la presencia de Dios en todas partes, de la abundancia de corazón para estar con Dios, del mensaje de amor entre todos los seres humanos sin distinción alguna, lejos estaba de imaginarse la criminal campaña que emprenderían los hombres en su nombre, de aquellos que hicieron de su horrible tortura y muerte el signo de la trascendencia espiritual; la mortificación y el dolor en el ideal macabro de una vida digna, el voto de pobreza en excusa para amasar su repugnante riqueza y la modesta vestidura en antítesis de su fastuosa casulla.

La católica,  la universal sólo manifiesta en  su afán expansionista en una alianza mafiosa con las monarquías europeas; la apostólica, que durante siglos sólo infringió dolor a quienes no reconocían a cristo como el hijo de Dios; La romana expresa  en  su relación de mutualismo con el más grande imperio de la historia y su régimen del terror logrando posicionarse como un ente poderoso, millonario e influyente, la del santo oficio que  ha santificado miles de niños manoseándolos y abusándolos  detrás de los altares.

Más de mil quinientos años de abusos y mentiras justificados en la incapacidad de los seres humanos de asumir responsabilidad por sus actos, en el anhelo de un diezmo que se traduzca en indulgencias, en el sueño de placebos espirituales que obnubilan el verdadero sentido de un creador omnipresente, del verdadero sentido de la bondad que no implica necesariamente profesar un culto o en la vida desinteresada de servicio no por reconocimiento o expiación, sino simplemente por el sentido común de ayudar de forma altruista a conservar la especie. 

Una especie que también creó una élite que atesora en Roma la más absurda vocación de servicio; a la guerra, las dictaduras, el hambre promulgando votos de pobreza en personajes revestidos con lujosas joyas y  montados en su auto último modelo.


 Si bien no todos los  militantes de la iglesia han sucumbido ante la tétrica estrategia de persuasión dogmática,  y tratan sin mucho éxito de menguar los efectos de las atrocidades concebidas por quienes se jactan de ser el vínculo místico entre Dios y el resto de la humanidad, su silencio  puede convertirse en cómplice o por el contrario su denuncia en motivo de persecución y hasta expulsión.

En medio de una guerra que sin misiles ni bombas atómicas ha logrado contener a toda la humanidad en el único lugar que para la mayoría representa seguridad y refugio, todos, tanto clérigos como fieles debieron por fin aceptar a regañadientes que su Dios en verdad podría estar en todas partes, que de nada vale saludos de paz en medio del templo, que sin sentarse en primera fila  para mostrar cuan buen fiel se puede llegar a ser,  y aceptar que es en lo anónimo, en lo silencioso, en lo cotidiano en donde se puede en verdad hacer para todos de nuestro mundo, un mejor lugar para vivir.

2020 pasará a la historia como el año en que el mundo se detuvo, los comercios cerraron, las personas se aislaron producto de una pandemia sin precedentes, tan solo comparable con la peste bubónica, durante la edad media.  Quién se iba a imaginar que en pleno siglo XXI, en la era tecnológica, con los más grandes avances a todo nivel, un organismo minúsculo, invisible, imperceptible, confinó a toda la especie humana de todo el planeta en una cuarentena que impide cualquier tipo de reunión e interacción social y más aún eventos masivos. Todo esto en la víspera de la más importante celebración religiosa del mundo cristiano: La Semana Santa.

Mientras gobiernos de todo el mundo luchan por lidiar con la pandemia covid– 19, buscan recursos para ayudar a quienes no pueden salir a trabajar; mientras médicos, enfermeros y trabajadores de la salud exponen sus vidas para ayudar a miles de enfermos, mientras millones de personas ponen lo mejor de sí para contribuir a sobrellevar la emergencia; la gran promotora de la bondad y caridad, solo se limita a hacer plegarias mirando una cruz en sus lujosos altares, pensando  seguramente en los millones que dejarán de percibir debido a que sus fieles en la mejor temporada para el comercio de la fe están más ocupados manteniéndose a salvo porque si Dios existe seguramente está ya presente en tantas buenas acciones, y    no debería el mismo Dios   permitir que sus emisarios terrenales dejen tan mal representado su ideal de altruismo, filantropía, caridad y amor al prójimo.

Esperemos que esta crisis mundial deje algo más que mensajes conmovedores, sentencias apocalípticas o amenazas de un final inminente. Que la vida espiritual que tanto se proclama en los púlpitos se traduzca en caridad, en humildad; y los tan mal llamados representantes de Cristo en la tierra, esos apóstoles, entiendan al fin que su misión salvadora lejos está de ser el eco de un humilde carpintero que hace más de dos mil años sin mayores pretensiones que las de promulgar el amor en la humanidad, pasó a la historia  simplemente como uno  de los mejores  seres humanos que ha existido.

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