Una iglesia
ausente en medio de la incertidumbre…
Por Diego Ospina
Castaño
abril 9 de 2020
Durante siglos
las congregaciones religiosas, en especial la católica, difundieron una fe
enfocada en la majestuosidad de sus edificios, en la compraventa del mensaje de
Jesús y de la horripilante amenaza de recibir el más brutal castigo infringido
por Dios a través de los hombres que habían sido ungidos para tal misión, y a
quienes se les debía total obediencia, sumisión y admiración porque habían
dedicado su vida, negándose a los placeres mundanos para mostrar a sus fieles
el camino al cielo. Un oscurantismo
justificado en la premisa que sostenía sus bondades blandiendo la biblia en una
mano y un látigo en la otra.
La gran fábrica
de alabanzas y vendedora de bendiciones se dedicó a cobrar tributos a cambio de
favores celestiales con la promesa de la vida eterna. Jesús de Nazaret quien predicó la presencia de Dios en todas
partes, de la abundancia de corazón para estar con Dios, del mensaje de amor
entre todos los seres humanos sin distinción alguna, lejos estaba de imaginarse
la criminal campaña que emprenderían los hombres en su nombre, de aquellos que
hicieron de su horrible tortura y muerte el signo de la trascendencia
espiritual; la mortificación y el dolor en el ideal macabro de una vida digna,
el voto de pobreza en excusa para amasar su repugnante riqueza y la modesta
vestidura en antítesis de su fastuosa casulla.
La católica, la universal sólo manifiesta en su afán
expansionista en una alianza mafiosa con las monarquías europeas; la apostólica,
que durante siglos sólo infringió dolor a quienes no reconocían a cristo como
el hijo de Dios; La romana expresa en su relación de mutualismo
con el más grande imperio de la historia y su régimen del terror logrando
posicionarse como un ente poderoso, millonario e influyente, la del santo
oficio que ha santificado miles de niños
manoseándolos y abusándolos detrás de
los altares.
Más de mil
quinientos años de abusos y mentiras justificados en la incapacidad de los
seres humanos de asumir responsabilidad por sus actos, en el anhelo de un
diezmo que se traduzca en indulgencias, en el sueño de placebos espirituales
que obnubilan el verdadero sentido de un creador omnipresente, del verdadero
sentido de la bondad que no implica necesariamente profesar un culto o en la
vida desinteresada de servicio no por reconocimiento o expiación, sino
simplemente por el sentido común de ayudar de forma altruista a conservar la
especie.
Una especie que también
creó una élite que atesora en Roma la más absurda vocación de servicio; a la
guerra, las dictaduras, el hambre promulgando votos de pobreza en personajes revestidos
con lujosas joyas y montados en su auto
último modelo.
En medio de una
guerra que sin misiles ni bombas atómicas ha logrado contener a toda la
humanidad en el único lugar que para la mayoría representa seguridad y refugio,
todos, tanto clérigos como fieles debieron por fin aceptar a regañadientes que
su Dios en verdad podría estar en todas partes, que de nada vale saludos de paz
en medio del templo, que sin sentarse en primera fila para mostrar
cuan buen fiel se puede llegar a ser, y
aceptar que es en lo anónimo, en lo silencioso, en lo cotidiano en donde se
puede en verdad hacer para todos de nuestro mundo, un mejor lugar para vivir.
2020 pasará a la
historia como el año en que el mundo se detuvo, los comercios cerraron, las
personas se aislaron producto de una pandemia sin precedentes, tan solo comparable
con la peste bubónica, durante la edad media.
Quién se iba a imaginar que en pleno siglo XXI, en la era tecnológica, con
los más grandes avances a todo nivel, un organismo minúsculo, invisible,
imperceptible, confinó a toda la especie humana de todo el planeta en una
cuarentena que impide cualquier tipo de reunión e interacción social y más aún
eventos masivos. Todo esto en la víspera de la más importante celebración
religiosa del mundo cristiano: La Semana Santa.
Mientras
gobiernos de todo el mundo luchan por lidiar con la pandemia covid– 19, buscan
recursos para ayudar a quienes no pueden salir a trabajar; mientras médicos,
enfermeros y trabajadores de la salud exponen sus vidas para ayudar a miles de
enfermos, mientras millones de personas ponen lo mejor de sí para contribuir a
sobrellevar la emergencia; la gran promotora de la bondad y caridad, solo se
limita a hacer plegarias mirando una cruz en sus lujosos altares, pensando seguramente en los millones que dejarán de
percibir debido a que sus fieles en la mejor temporada para el comercio de la
fe están más ocupados manteniéndose a salvo porque si Dios existe seguramente
está ya presente en tantas buenas acciones, y no debería el mismo Dios permitir que sus emisarios terrenales dejen
tan mal representado su ideal de altruismo, filantropía, caridad y amor al
prójimo.
Esperemos que
esta crisis mundial deje algo más que mensajes conmovedores, sentencias
apocalípticas o amenazas de un final inminente. Que la vida espiritual que
tanto se proclama en los púlpitos se traduzca en caridad, en humildad; y los
tan mal llamados representantes de Cristo en la tierra, esos apóstoles,
entiendan al fin que su misión salvadora lejos está de ser el eco de un humilde
carpintero que hace más de dos mil años sin mayores pretensiones que las de
promulgar el amor en la humanidad, pasó a la historia simplemente como uno
de los mejores seres humanos que ha existido.
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