martes, 9 de junio de 2020

NO PUEDO RESPIRAR




Tendido en el suelo yace un hombre,  su cuello aprisionado por la rodilla de un policía quien detrás de una placa y un discurso guerrerista cree tener el poder de impartir castigos desde su ya atrofiada escala  de lo correcto.  Muchos han mirado atónitos este acto salvaje, han visto millones de veces por diferentes plataformas el atroz crimen legitimado por quien lleva la placa y pone las esposas en las muñecas del indefenso que al parecer cometió un horrible crimen: -nacer en una sociedad que se jacta de ser cuna de la libertad, una sociedad que lo ha marginado, odiado y alienado; esclavizado desde sus ancestros y obligado a nacer en un país que le ha reclamado sus deberes pero nunca le  ha restablecido sus derechos.

El sueño americano convertido en la más horrenda pesadilla. Pesadilla para los vulnerables, desprotegidos, marginados y desposeídos, para quienes incluso hoy después de más de quinientos años de desarraigo siguen como errantes  y extranjeros en una sociedad controlada por un gobernante que lejos de ser un líder,  es símbolo del fascismo, nazismo y supremacía racista con discurso incendiario quien  pone de nuevo a los egocéntricos estadunidenses en un escenario de patriotismo enfermizo y una sociopatía que desencadena una lógica similar a la de los guetos de la Europa durante la segunda guerra mundial.

El hombre sometido por el indolente policía quedó atrapado en una persecución a  un hombre negro que habría pagado supuestamente con dinero falso en una tienda de abarrotes.  El policía atendió el llamado de los dependientes del comercio y  al encontrarse con aquel hombre corpulento de 2 metros lo detuvo,  pensando seguramente en que si era negro debía ser el fugitivo.  El vídeo que se hizo viral mostraba a un policía oprimiendo el cuello de un hombre negro que le repetía constantemente: - No puedo respirar, no puedo respirar, no puedo respirar -  Aquel hombre esclavizado por quingentésima vez quedó inconsciente y 40 minutos más tarde fue declarado muerto en la clínica adonde lo  internaron de urgencia.
Los policías involucrados fueron despedidos, pero ya cualquier declaración, castigo, escarnio no le devolvería la vida al desafortunado, que si bien pudo haberse equivocado no merecía ser juzgado y mucho menos  ejecutado sin ser escuchado antes.

La certeza de que tenían el derecho de hacer lo que hicieron, legitimados por una placa, una piel pálida y un par de esposas sigue haciendo de los abusos en contra de las minorías un paisaje cotidiano que si bien asombra, aterra y causa estupor, lejos está de configurarse en una movilización mundial de desobediencia civil en contra del maltrato y discriminación de todo tipo,  y por el contrario sigue siendo una gran excusa para tratar de explicar la absurda escala jerárquica a la que  se ha acostumbrado el mundo a estar donde unos miran hacia abajo y otros deben mirar siempre  hacia arriba; una relación de poder piramidal de sometimiento y abusos por religión, raza, preferencia sexual, filiación política y un largo etcétera. Un mundo lleno de prejuicios que   a lo único que no le tiene prejuicio es a la deshumanización del otro.

Una furia contenida, reprimida y neurótica encerrada en  cuerpos y mentes en constante ebullición. Una rabia manifiesta en temores y frustraciones justificadas en una envestidura de falsos mesías en busca de un escenario que les permita ser protagonistas de su espectáculo de depuración, sin detenerse a pensar siquiera por un instante en la reacción en cadena de actos vergonzosos que dejan una estela de estigmatización, abuso, segregación, violencia y muerte.

“Si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos”. (Saramago,  1995). Si en vez de comportarnos como psicópatas del ojo por ojo hasta terminar todos tuertos, fuésemos capaces de mirar a cada quien a los ojos y vernos reflejados en ellos, dándonos cuenta de que ese espejo reflejará todo lo que somos, hacemos y decimos sin filtros más allá de las marcas que podrían dejar cada una de nuestras acciones indisolublemente en los corazones de todos los demás. 

Ya bien entrado el siglo XXI que antaño vislumbrábamos como el épico escenario de progreso, desarrollo y  evolución; donde las nuevas generaciones habrían aprendido de errores del pasado,  se pensaría como  humanidad, el mundo hablaría en plural y los gobiernos convocarían la unidad.  La salvaje tiranía sería un triste recuerdo, el ortodoxo totalitarismo sería un concepto retrogrado y vergonzoso, nadie moriría de hambre, el color de la piel pasaría inadvertido ante la magnificencia del hombre como especie, la sexualidad trascendería el acto sublime de plena libertad,  reconocimiento tanto individual como colectivo,  sin prejuicios ni estereotipos y la conciencia colectiva configurara el ideal de sociedad civilizada que promoviera el desarrollo intelectual, humano y ético;  sin etiquetas de género,  sin sectarismo político ni religioso que convierte a las masas en hordas belicosas  y alienantes. 

Hoy veinte años entrados en un nuevo milenio se continúa repitiendo la historia, fungiendo el poder alentando la perpetración de los más crueles castigos blandiendo la biblia en sus manos para autoproclamarse mensajeros de justicia, nombrando su Dios como garante de su nuevo caótico, repulsivo y despótico orden mundial. Decía el escritor estadunidense exiliado en Francia James Baldwin: Si el concepto de Dios tiene alguna validez o algún uso, sólo puede ser para hacernos más grandes, más libres y más amorosos. Si Dios no puede hacer esto, es momento de que nos deshagamos de él”. Tantos crímenes, guerras, injusticias y vejámenes que se han cometido y se continúan cometiendo en nombre de la justicia no pueden sino significar una cosa: cuan trastocado tenemos  el sentido de humanidad.

La brutal muerte de George Floyd hace unos días en los Estados Unidos es otro más de tantos y tantos abusos en contra de las minorías exiliadas en su propia nación, es la historia de todas las comunidades negras alrededor del mundo,  siglos de continua arbitrariedad que sólo configura un punto de quiebre de una larga lista de sucesos que nos dejan atónitos pero que dejan de importarnos al poco tiempo dado el historial de esclavitud, maltrato y estigmatización de las víctimas. Mientras miles de hechos similares en diferentes momentos de la historia quedan sin hallar justicia  en el intransitable laberinto de la impunidad.

James Baldwin decía:   “Las guerras terminarían si los muertos pudiesen regresar”, su reivindicación como víctimas del sistema, de la supremacía, de la normalización de la violencia, de la indiferencia. Que su sacrificio no quede nunca más en el anonimato, y que se reconozca la imperiosa necesidad de dejar de legislar y empezar a educar, a conciliar, a recriminar y sancionar, pero sin violencia, cualquier acto que atente contra la dignidad y la vida, dejar de imponer las razones personales por encima de las particulares. Volver a ser humanidad.

El artículo 12 de la constitución política de Colombia en la traducción que hiciera la comunidad Wayú reza Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal a su persona aunque piense y diga diferente”, Si cada quien desde su cotidianidad, desde su oficio o su ocupación repitiese constantemente este pequeño estribillo construiríamos humanidad y nadie absolutamente nadie por causa nuestra tendría que decir alguna vez: “no puedo respirar”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario