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“ESTAMOS HECHOS DE LOS MISMO”
En su capítulo
III la obra El Mercader de Venecia expresa
lo siguiente
"¡Alimentará mi venganza!"
Me ha deshonrado y estorbado medio
millón; se ha reído de mis pérdidas, se burló de mis logros, despreció a mi
nación, frustró mis negocios, enfrió a mis amigos, calentó a mis enemigos; ¿y
cuál es su razón? soy judío. ¿No tiene ojos
un judío? ¿No tiene un judío manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos,
pasiones? ¿alimentado con la misma comida, herido con las mismas armas, sujeto
a las mismas enfermedades, curado por los mismos remedios, calentado y
refrescado por el mismo invierno y verano, como un cristiano? Si nos pinchas,
¿no sangramos? ¿Si nos hacéis cosquillas, no nos reímos? si nos envenenáis, ¿no
moriremos? y si nos injurias, ¿no nos vengaremos? Si somos como tú en el resto,
nos pareceremos a ti en eso. Si un judío ofende a un cristiano, ¿cuál es su
humildad? Venganza. Si un cristiano injuria a un judío, ¿cuál debería ser su
tolerancia con el ejemplo cristiano? Venganza. La vileza que me enseñes, la
ejecutaré y será difícil, pero mejoraré la instrucción. (Shakespeare, 1600)
Los estereotipos, los prejuicios, la ambición, el deseo de poseer lo de
los otros, el abandono, la marginalidad y la exclusión han llevado al ser
humano a estar poniendo sus deseos y caprichos por encima de los sueños y
necesidades de los otros. Esa incapacidad de vernos reflejados en los demás, de
tratar de comprender aquello que el otro está pensando y sintiendo nos ha
puesto en una averiada balanza que siempre queremos se incline hacia nuestro
lado.
La interminable demanda por obtener privilegios pasando por encima de los
otros ha abierto heridas tan profundas que ha sido prácticamente imposible
sanar. El judío Shylock un ejemplo de tantos que históricamente han sido a lo largo
de la historia de la humanidad, segregados, humillados, encasillados en "ghettos". Excluidos, sometidos por los dogmatismos que
han construido barreras cada vez más altas cimentadas en el imaginario de la
diferencia de tipo sociocultural, económica, de tono de piel, de identidad
sexual y de género, de etnia, de filiación política entre tantas otras formas
de discriminación.
¿De qué sirve que se hable de inclusión cuando se aparta a quien tiene
una dificultad cognitiva o una limitación física?
¿De qué sirve que se promueva a Colombia como un país diverso, cuando se
recriminan las expresiones de afecto entre parejas del mismo sexo, pero se
normaliza la violencia sistemática de hombres en contra de las mujeres con la más
terrorífica sentencia “Eso les pasa por no mantener su lugar”? yo pregunto y
¿Cuál debería ser su lugar?
¿De qué sirve hablar de la necesidad de alfabetizar en torno a lo
intercultural, si los territorios de las minorías aún están en la esclavitud,
pues no tienen acceso a servicios públicos de primera necesidad como agua
potable y educación y sus recursos son explotados al margen del desarrollo de
las mismas comunidades?
En pleno siglo XXI seguimos en condiciones de hace siglos, y lo más
grave es que los afectados se acostumbraron y los victimarios se acomodaron
para siempre estar fungiendo de verdugos.
El mestizaje, a pesar de haber hecho un gran aporte en contra de la discriminación racial, generó otras formas de aprecios y desprecios; la marginalidad, la desigualdad y la injusticia todavía dominan el panorama de nuestros pueblos; y, aunque se han hecho varios esfuerzos por parte de los gobiernos para dictar leyes que favorezcan, sobre todo, a aquellos grupos deprimidos, vulnerables o en serio peligro de desaparición, estos no han sido suficientes. Arbeláez (2015)
Tanto el judío que reclama justicia en la obra de Shakespeare, como el
cristiano que había replicado el ejemplo de sus antecesores, como el español
que llegó al nuevo continente con el imaginario de tener el derecho a poseerlo
por haberlo visto primero, al igual que el criollo que se olvidó de sus
ancestros para asumir el refinamiento del colonizador y el indígena que fue
arrinconado hasta ser extinto. Así mismo el gobernante que usa su posición para
acceder a privilegios a costa de la marginalidad y la explotación de otros,
todos absolutamente todos estamos hechos de lo mismo.
La nueva España se impuso en todo
su esplendor con sus valores y disvalores. Se fundó una nueva sociedad
cimentada en una escala de aprecios y desprecios cuya cúspide estaba conformada
por los españoles nacidos en España, seguida por los criollos, que eran los
hijos de españoles nacidos en América; los comerciantes, terratenientes y
aventureros, que obtenían sus títulos con dineros de origen dudoso; los
mestizos mulatos, los indígenas evangelizados y manumisos (libres); y, por
último, los indios. Arbeláez (2015)
Esa especie de
alianza que, aunque desigual ha constituido una nación diversa, y adaptable a
todo tipo de circunstancias en favor de los intereses de dominación por parte
de unos y de supervivencia por parte de otros. Dicho modelo que se ha ido
replicando a lo largo de la historia hasta convertir a nuestros países en
sociedades marginadas, explotadas, abandonadas y sin ejercicio de justicia,
No se puede cambiar la historia; que con aciertos, arbitrariedades y graves errores hace parte de lo que como pueblo y cultura somos. Pero ello no significa que tengamos que asumirla como un norte. Podemos y tenemos un deber moral de deconstruir todo aquello que represente la barbarie, abolición y dominación para iniciar con reflexiones críticas encaminadas a construir una sociedad incluyente, que reconozca la diversidad y cimente un suelo fértil hacia un territorio intercultural en el cual todos y cada uno sea visibilizado, sea reconocido y respetado.
Debe ser la
escuela el gran escenario de promoción y experiencia intercultural, abonando el
terreno desde lo ético, lo social, lo filosófico y lo comunicacional para
cimentar líneas solidas de reconocimiento, reciprocidad, empatía y respeto
hacia lo otro y los otros, en donde las posibles barreras sean abordadas
teniendo en cuenta las miradas de todos y conjuntamente crear espacio de
convivencia y crecimiento individual y colectivo, tal como lo afirma Bertil
Malmberg (1979), la “semicomprensión” es peor que la incomprensión absoluta. Por ello la
importancia de resaltar el valor de la diferencia, no para enguetizar y
excluir, sino para encontrar mecanismos alternos que favorezcan la comprensión
del otro, que surgen de la buena voluntad y el respeto hacia el otro.4
Es necesario implementar una dinámica intercultural más allá de la simple
reparación de errores del pasado, se debe partir de la necesidad y pertinencia
de vivir en armonía de ir más allá de uniformización que ha hecho de la escuela
un territorio que divide, segrega e infunde prejuicios. Se debe convertir esa
realidad hacia una escuela que transforme, reconozca, reivindique y empodere a
cada miembro desde lo individual hacia lo colectivo, encaminado en la
construcción de un mundo democrático, libre y que reconozca al otro. Un mundo que entienda que sin importar
nuestras particularidades, todos, absolutamente todos estamos hechos de lo
mismo.
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