Como en los
albores del fascismo, la opresión, el radicalismo y la ultraderecha, representados en un presidente marioneta de los poderosos, que debiendo favores era incapaz de gobernar y ejercía su gestión a sangre y fuego. Qué diferencia podrá existir
con Hitler, Stalin o Franco que con un
nacionalismo exacerbado se dieron a la tarea de exterminar a quien osara controvertir
sus nefastas intenciones con el lema
Dios y Patria.
Que gran
contradicción de quienes se
autoproclaman discípulos de su Dios pero al mismo tiempo sirven al más vil de
los demonios, adoctrinando a sus soldaditos para que en medio del conjuro que
los hipnotiza y los convierte en verdaderos verdugos de sus congéneres los aplasten como tributo a su Dios
Los peones
del gran dictador enfrentan un gran dilema; defender a su patria invocando al Dios de la
guerra o ser acusados de traición porque no hay honor más grande según les
enseñan que morir por su país.
El gran
dictador hace gala de su proeza obedeciendo a su emperador quien le ordena usar
armas y disparar a diestra y siniestra para doblegar las demandas de un pueblo
que sólo pide ser escuchado.
El mandatario
de pacotilla que sólo se preocupaba por
una imagen llena de eufemismos, y salir bien maquillado en televisión, siguió con
su política que en campaña prometió no
generar impuestos y mejorar los programas sociales, dejo los huevos de su padrino a un lado y se
dedicó a vender naranjas, naranjas cultivadas
en el huerto de los mafiosos y los poderosos.
Como Pilato
se lavaba constantemente las manos, acto loable en medio de una pandemia, pero
inconsciente de su investidura comenzó a arrinconar a su pueblo hasta dejarlo
al borde del abismo. Muchos sucumbieron y cayeron, sin que su gran emperador siquiera intentara
alargar su brazo para protegerlos, por el contrario gastó lo poco que quedaba
en comprar nueva flotilla para
transportarse junto a su sequito cual familia real europea y lo demás lo
invirtió en reivindicar su inepta gestión en un programa de televisión al mejor
estilo del “Aló Presidente” de su
ahora homólogo vecino.
El gran
dictador experto en emular a las más nefastas figuras, mirando siempre al patio
del vecino y dándoles la espalda a sus
compatriotas, inventaba nombres a todas sus sentencias para evitar atormentar a
sus interlocutores; a la cuarentena la llamo aislamiento preventivo obligatorio, las masacres
asesinatos colectivos, a su propio reality en televisión Prevención y acción,
con el cual no logró ni lo uno ni lo otro, y por último una temeraria e indolente
reforma fiscal la bautizó como ley de solidaridad sostenible. – Que conveniente
diseñar cortinas de humo para gobernar en beneficio de unos pocos y arrebatar
lo poco que les queda a los desposeídos.
Los últimos
acontecimientos de nuestra amada Colombia solo reflejan el descontento de un
pueblo que aún no se repone de dos
guerras: la que libra contra los violentos desde hace décadas y la que ahora
enfrenta contra un virus que llegó y acabó no sólo con la vida, sino también con los
pocos bienes de millones de colombianos.
Un pueblo
arrinconado por su propio gobernante, un pueblo de hambre que sólo recibe
migajas de los grandes banquetes de palacio,
un pueblo que llegó al hastío por los abusos y la opresión, una nación
que se levanta en medio de arengas libertarias, pero un pueblo que en unos días
olvidará lo que motivó su emancipación y de nuevo gritará “vítores” a quien
otrora los oprimió, y como si todo hubiera sido un nefasto sueño levantarán sus
manos y proclamaran de nuevo a su gran dictador.
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